31 marzo, 2016

Segundo Capítulo. Decisiones.

La vida nos da todos los días incontables oportunidades; cada día tomamos decisiones que nos hacen seguir transitando por el camino que llevamos o cambiarlo en poca o gran dimensión. En la mayoría de ocasiones decidimos continuar nuestra travesía, el recorrido “seguro”, a veces siguiendo un plan meticuloso, otras veces simplemente dejándonos llevar por esta corriente cósmica que es la vida; desconocemos conscientemente las opciones que le darían un giro a nuestro destino, decisiones atrevidas que nos llevarían a abandonarlo todo y tomar otro recorrido; decisiones que nos llevarían a buscar la felicidad de otra manera. Es evidente que estas implican un riesgo, salirnos de nuestra zona de confort, enfrentar lo desconocido, lo inseguro y acaso enfrentarnos a nuestra familia, amigos o a lo que la sociedad espera de nosotros. Ahora bien, hay algunas decisiones que parecen fútiles, decisiones del día a día que ocultan su verdadero poder de cambio en nuestras vidas, eso nos demuestra que no siempre se puede seguir un plan meticuloso, la vida rebelde nos lleva por el camino que cree mejor para nosotros, aunque muchas veces nosotros no pensemos igual.

Su decisión había sido conquistarla, quería ver sus caminos unidos, crear una sola travesía por la vida con la que era, literalmente, la mujer de sus sueños. Ella no paraba de serlo, estaba metida en todos los estratos de su subconsciente y su consciente, no podía dejar de soñarla ni de pensarla, y tampoco quería dejar de hacerlo. Su decisión lo tenía fuera de su zona de confort, no sabía cómo acercase más a ella, no se le ocurría una excusa para inundarse de nuevo en su olor floral, suave y al mismo tiempo penetrante. Quería abandonarse de nuevo en sus cortas pero profundas pláticas, corromperse por su risita de labios rojizos y sonrojarse con los toques delicados que ella siempre le daba a sus mejillas antes de despedirse. En efecto se había enloquecido, él siempre tan serio, tan centrado en su camino, tan meticuloso en el control de su destino; de cualquier modo, agradecía estar demente, ya que nunca una ilusión lo había echo tan feliz. La vida desobediente se había salido con la suya.

Por lo que se refiere a ella, ese día también había sido de cambios. Ella controlaba sus sueños y sus pensamientos, su reciente soledad le sentaba bien y le había dado el impulso que necesitaba para cambiar su vida y buscar otro nivel en su profesión. Amaba a su familia, era hija única y vivía con su mamá desde la separación de sus padres. A pesar de ello veía a su papá semanalmente y en ocasiones, aunque no podría admitirlo delante de su madre, prefería la compañía de él, la cual era más relajada y alegre. Hace unos meses, por insistencia de su padre, había decidido postularse a un puesto en la Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD), con sede en la siempre bella París. Era su trabajo soñado, sin embargo, siempre lo había dejado a un lado puesto que no quería alejarse de su familia. Se había postulado esperando nada, lo hizo por evitar la insistencia de su padre, como lo hace semanalmente con cada idea lunática que a él se le pasa por la cabeza. Ese día su padre había llegado con un expresión que ella no pudo describir.

Él salió anticipadamente de la clínica, quería estar en su casa, quizás ir un rato al gimnasio, luego estudiar y acostarse temprano, costumbre que había adquirido hacia unos cuantos meses. Empezó su caminata bajo un cielo gris y un frío que lo sintió energizante. Sintió como un fuerte viento acarició violentamente su rostro, para, acto seguido, observar como las gotas gruesas, desprendidas de esa nube gris, mojaban cada centímetro de sus prendas, gotas que serían su única compañía en la totalidad de su camino a casa. En cierto modo sintió que necesitaba que esa lluvia lo envolviera, por eso no corrió, no se cubrió, ni buscó un refugio. Sintió que él era ese momento, que nada más lo rodeaba, que nada más existía; durante esos cuarenta minutos se sintió vivo, se sintió libre, se sintió él, quizás por primera vez en su existencia comprendió que todo era posible, que debía aprovechar cada instante de sus días, así que al llegar a casa, y luego de cambiarse y darse un baño caliente para palear el entumecimiento de sus dedos, decidió llamarla.


–Hola Gael, que bueno que llamas, estaba pensando en ti- dijo ella, él no necesitó nada más para calentar las pocas partes que seguían contagiadas de la tormenta externa. -Hola Luci ¡Me sorprendes! ¿Qué pensabas?- logró responderle luego de un silencio que se tornaba incomodo. Ella le contó que su papá acababa de contarle una buena noticia, él la escuchó con atención. Como ya ella lo esperaba, habían rechazado su solicitud para trabajar en la OECD, Gael sintió un calor tranquilizante, ahora bien, pensó, esa no era una buena noticia, algo más faltaba; la instó a continuar hablando aunque un presentimiento se clavó en su corazón, sabía que no sería buena noticia para él. –Trasladaron a mi papá a Boston, me voy a vivir con él-, Gael no pudo evitar que su celular cayera, mientras su expresión facial se oscurecía más de lo que estaba el cielo bogotano.

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21 febrero, 2016

Primer Capítulo

Él era poco elocuente, las palabras se resguardaban en lo más recóndito de su mente cuando más las requería, de ahí que se considerara con una menguada capacidad para relatar sus historias. A consecuencia de esto se había acostumbrado a escribirlas, a contárselas al papel y últimamente al teclado de su computadora. Eso lo embriagaba; lo calmaba, lo deleitaba, le desataba la mente, le dejaba expresar lo que su mala elocuencia no le permitía y aunque no le gustaba ser el centro de la atención, si le gustaba ser el centro de las lecturas. Quería ser un gran escritor, con objeto de entretener a la gente como él lo hacía devorando las narraciones de otros.
O eso decía de labios para afuera. ¿Por qué se decía mentiras? Él no quería entretener a "la gente", quería cautivarla a ella. En otras palabras, quería que sus pupilas se dilataran al leerlo, quería desconcertarla, consolarla, alegrarla, recrearla y, sobre todo, enamorarla sin que ella lo supiera. Conquistarla hasta que ella no tuviera un pensamiento en el que él no estuviera.
Por el contrario, él era quien no podía evitar tenerla en todos sus pensamientos; en ocasiones se concentraba en pormenorizar y reproducir el suave tono de su voz, sus palabras siempre dulces y elegantes; en otras ocasiones se centraba en sus movimientos suaves, sus caricias refinadas, su elocuencia y sus siempre interesantes charlas. Era la persona más extraordinaria que había conocido.
Había pensado tanto en ella que ya estaba haciendo presencia estelar en sus sueños. Esto lo tomó  por sorpresa, ya que él rara vez recordaba sus sueños y cuando lo hacía eran construcciones completamente abstractas, sin sentido de realidad, sin sentido de su realidad. No soñaba con lo que le pasaba en su cotidianidad; por lo que creía que sus sueños eran el espacio en el que su mente por fin se soltaba y no tenía la limitación de su expresión oral.
No solo había soñado una vez que se besaban, este sueño se repitió con otras realidades la noche siguiente. Sintió que algo en su profundidad había cambiado, ya que, como les mencionaba, nunca le había pasado eso.
Había sido muy real lo que había sentido, sobre todo los pensamientos que asediaron su mente cuando sus labios se mezclaban: "¿Será esto real? ¡Debe ser real! Uno no piensa estas cosas mientras sueña". Recordaba esos sueños y le parecía sentir de nuevo esos labios cálidos, suaves, genuinos.
Había visto tanto sus labios, detallándolos poco a poco, encuentro a encuentro, para que ella no se enterara de su intensión de mapear esos, sus labios rojos pálidos. Quizás por eso los sintió tan reales, tan propios cuando ella lo agarró de sorpresa en su sueño.
Todo fue mucho más palpable y real en el segundo. Sin mucha historia, sin mucho enredo, casi que directo al beso; no muy corto ni muy largo. Sin continuación. Parecía que sus sueños se habían dejado tentar por su oratoria; directo al punto, sin revuelos.
Por esto no pudo sentir mayor desilusión que al despertarse y verse rodeado de los escasos rayos de luz que interrumpían la oscuridad de su habitación. Sintió la amargura de su lejanía, el martirio de no sentirla suya todavía, el sinsabor de no conocer el verdadero sabor de sus besos, el agobio del sentimiento secreto.
Desde ese momento decidió que debía intentarlo, que debía escribir su historia con ella, que lo que ocurriese valdría la pena y, ojalá, valdría la felicidad. Quería que su sueño fuera su realidad, pero que no fuera uno de sus relatos verbales, sino una de sus historias escritas, esas llenas de conectores y adjetivos, de amores en sus estribillos, de eventos inesperados. Una de sus historias sin finales, sin tormentos ni sufrimientos.
Sin embargo, el destino, como en todo buen relato, le tenía planeada una desabrida primera sorpresa para el final del primer capítulo de su historia…


16 diciembre, 2015

La Niebla Espesa

Se levanta y va al baño, camina 8 o 9 pasos, cierra la puerta y se queda mirándose fijamente, intentando que aquello que no deja de nublar su mente se vaya; intentando que esa nube espesa que lo invade, que no lo deja vivir, trabajar, respirar… se marche para siempre. Mira su rostro pálido, sus labios secos, su pelo enrarecido, aquellos lentes que nunca le han gustado; se da fuerzas, piensa positivo, se lava las manos y sale de nuevo al mundo, sale de nuevo a enfrentarse con la niebla espesa que lo cubre, que no lo deja ni un segundo.

Ya lleva poco más de tres semanas con ella, a veces piensa que ya hacen parte el uno del otro, la consiente, la acaricia, la quiere; sin embargo, y en su mayoría, la odia, le produce un vacío en el estomago (no ese baile de mariposas que sintió por largos años), un vacío que le absorbe las ganas de vivir, las ganas de ser feliz, hasta las ganas de llorar. Quiere llorar, pero ninguna lagrima sale de él, oculta el dolor muy bien, nadie ve su niebla, nadie nota su respiración agitada ni sus ganas de salir corriendo. Pero, ¿correr a dónde? No lo sabe, a todo lado lo persigue la espesa niebla, a todo lado lo persigue el vacío, a todo lado lo persigue el dolor. Solo quiere dejarlo atrás y los pequeños momentos de olvido vienen seguidos de pensar en que por un momento se olvidó el dolor espeso. No hay momento que lo alivie por mucho, no hay lugar que no traiga recuerdos, no hay canción que lo anime, no hay baile que no le recuerde la niebla espesa que lo cubre, que le quita el aliento y lo hace caer en ese espiral destructivo e infernal.

Piensa en situaciones futuras, en los caminos que podría coger, en las decisiones que siempre chocan, que siempre son distintas entre su cerebro racional y su cerebro emocional. Sabe que una solución lo aliviará rápidamente, pero sospecha que esa decisión tarde o temprano traerá de nuevo a la nube espesa; la detesta, sabe que ese camino la volvería más grande, más compacta, más asfixiante. Con el otro camino no le queda más que vivir como está, sabe que no será para siempre, “no hay mal que dure cien año…” piensa, pero no quiere vivir cien años con ese mal. ¿Suicidarse? No, es solo un pensamiento que llega y se va de inmediato, ama mucho vivir, así sea con esa nube maldita. Pero, ¿cómo deshacerse de esto que lo atormenta, que no lo ha dejado vivir, que le impide su existencia? simplemente no lo sabe, no sabe a dónde apartarse, no sabe cómo hacer que desaparezca.


Todos sus propósitos cambiaron, toda su vida cambió, todas sus metas ahora son diferentes, tiene toda la libertad para decidir lo que quiere hacer, pero no la quiere, no quiere la levedad, quiere el peso que lo amarra al suelo, el peso que lo amarraba a la vida que estaba viviendo, quiere vivir los sueños que se le escaparon, quiere seguir luchando como lo hacía, pero sabe que ya no le conviene, que el mejor camino es seguir queriendo a su niebla maldita, espesa, asfixiadora. Que en algún momento habrá de desaparecer, ya antes le había pasado y había logrado que esta se fuera y aunque la que le cubre ahora es diferente, es mucho más grande, más espesa, sabe que no le queda otra que acostumbrarse a ella, porque en el momento que menos lo espera llegará alguien que lo aparte de dicha nube y lo dejará ver un nuevo cielo azul.


12 enero, 2013

El Día Que El Mundo Se Cayó

Sentía como si no la hubiera vista hace años, tenía ansiedad de tenerla y su mente solo jugaba con ese pensamiento mientras llegaba a recogerla. Pasaban las 9:30 pm y las calles frías bogotanas todavía se pintaban del su afán contagioso, de las ganas de llegar a casa a buscar algo de calor.

El bus se movía lento buscando algún pasajero que llenara la soledad que solo era interrumpida por su presencia. La luz del techo titilaba dejando entrever de vez en vez las firmas que amantes callejeros habían dejado en la cabecera del puesto delantero. Él miró, sin prestar mucho atención, como una pareja se subía, pagaba, y entre la alegría de la complicidad se sentaba atrás.

Tras un par de cuadras había llegado al lugar indicado. Se paró y camino hacia la puerta, luego de golpear en la ventana del conductor (Al no encontrar el timbre) se bajó. Caminó hacia la estación recostandose en la puerta de la entrada para que ella lo pudiera ver, y esperó imaginándola.

Era lo mejor que hacía últimamente, imaginarla. La imaginaba junto a él, la recordaba y no podía evitar volver a sonreír al recordar su alegría, al perderse en el mundo imaginario de sus ojos, en la suavidad de su piel, en los laberintos que inventaba con su cabello oscuro y liso, interminable. La recordaba temiendo olvidar algún detalle. Que en su observación hubiera pasado por alto, algún lunar, alguna constelación, alguna manchita, alguna línea.

Temía haber olvidado algo por haber pasado tanto tiempo imaginando su sonrisa, esa que lo hipnotizaba, que en los últimos días que se vieron era tan frecuente, esa que ella llamaba -sonrisa de idiota- pero que a él le parecía la más hermosa que había visto. Quizás eran sus ojos brillantes, esos que decían las mil palabras que ella nunca le decía, lo que más le gustaba a él de su sonrisa, o era, quizás, ver la máxima expresión de sus labios colorados que últimamente deseaba tanto morder. Había reconstruido tantas veces su sonrisa en los últimos días que cada vez le encontraba otra parte favorita, otra razón para querer siempre verla dibujada en su rostro.
Imaginaba qué le iba a decir, de qué iban a hablar esa noche. Quizás de nada, de pronto sobre ellos, sobre los problemas de ella (No, no quería verla triste). Quería tanto hablar de cosas sin sentido, inventarle alguna historia que la hiciera sonreír (Se quedó 30 segundos pensando de nuevo en su sonrisa, reaccionó arqueando las cejas y moviendo la cabeza hacia los lados). Tenía tantas cosas para decirle, esos días habían servido para aclarar su mente, para tener sus ideas organizadas. Vibró el celular.

Ya estaba cerca, él le indicó dónde la estaba esperando y de pronto su corazón empezó a latir más rápido. Sintió como si fuera la primera vez que se encontraran, ¿La vería diferente después de lo que hicieron la última vez que se vieron? Definitivamente sí, tenía esa sensación de que todo estaba más consolidado.

Ansiaba más que nunca besarla, susurrar con los labios en su piel, sentirla suya, llenarse de nuevo de la calma que sentía cuando la tenía entre sus brazos, verla de nuevo durmiendo tranquila a su lado y aunque las ganas de besarla lo invadieran preferir dejarla intacta, observando sus constelaciones, ¿Por qué no llegaba?

Un par de borrachos pasaron frente a él, llevaban ruana y sombrero (recordó sus raíces), pretendían entrar a la estación sin tarjeta, luego de luchar unos cuantos segundos con las barras de seguridad alguien les sugirió comprar una.
Los veía haciendo la fila de la taquilla cuando miró de nuevo a la entrada y ahí venía ella, se miraron y ella sonrió (¿Se cayó el mundo?), no era como la recordaba, ¿Por qué la veía tan hermosa? Una línea se dibujó en sus labios respondiendo a la sonrisa que ella le daba.
La miró acercarse, sus pasos alegres, el balanceo de sus caderas. Llevaba jeans, camisa clara con saco oscuro y un trapito rojo con algún estampado cubriendo su cuello. Miró las constelaciones que sus lunares dibujaban en su rostro, la blancura y suavidad de su piel, la miró directo a sus ojos oscuros y los mundos dejaron de ser imaginarios. Su corazón galopaba cuando ella, acercándose a él y sin decir una palabra, lo miró y se perdió en un abrazo. La volvía a sentir y nada de lo que recordaba era cierto, ¿Cómo podía llegar a imaginar algo así? La abrazó también (Era cierto, el mundo se había caído), y sintió como si ese hubiera sido el inicio de todo.


01 diciembre, 2011

El Viaje

Son las dos de la mañana y simplemente miro por la ventana empañada. Un montón de gotas bajan por el camino que dejaron mis dedos sobre el vidrio y magnifican un poco el cañón del Chicamocha que desde hace un par de minutos es lo único que se ve a través de la ventana. El silencio es golpeado por los murmullos del conductor hablando con su ayudante y por el vallenato de los 90 (Quizás de los 80), que se expande suave por los altavoces del bus. No hay más que oscuridad en un ambiente que hasta hace un tiempo, antes de parar en San Gil, no era más que la expresión de un viaje de mil familias, con llantos, gritos y juegos que se veían a través del resplandor azul de las luces del pasillo. Un leve silbido acompañado de un interminable escalofrío entran por la ventanilla rota del aire acondicionado sobre mi puesto, la tapo con un pedazo de algo que encuentro en mi maleta.

Suavemente siento como tu mano deja de entrelazarse con la mía mientras el sueño te secuestra. Te veo dormir como lo he hecho cientos de noches a escondidas frente a ti y mil recuerdos se expanden en mi mente. Te quito los audífonos, me los pongo, suena -Labios Rotos- de Zoé, la primera canción que me dedicaste y recuerdo como con fuerza me cantabas -Entrégame tus labios rotos, los quiero besar, los quiero curar, los voy a cuidar con todo mi amor-, y luego me decías entre sonrisa y llanto que ya no habría más dolor para mi, no más lágrimas secas, no más canciones tristes, no más mal Karma... Nuestro primer beso.
  
Miro tus labios y lo recuerdo, quizás no han sido mis mejores besos, lo sabes, pero son diferentes y siempre te lo he dicho. Me encanta que los domines y me engañes haciéndome sentir que soy yo el que los domina, me encanta que son más que labios, que son más que besos, que últimamente son más que amor. Tu liso pelo, tu pelo liso siente los efectos tardíos del calor de San Gil y un par de ondas castañas se salen del orden casi perfecto de las otras. Busco tus ojos negros, intentado sentir un poco de la verdad que siempre veo en ellos, pero están entregados a tu sueño, el mismo sueño que atrapa tu cuerpo junto al mío y del que casi no puedo despegarme (Sin despertarte) para ir al baño. Miro a los demás viajeros, los miro dormir mientras intentanto conservar el equilibrio con cada curva. Nadie esta despierto, solo un bebe abre sus ojos y mira callado a su mamá con detalle mientras esta duerme.
  
Logro llegar al baño y abrir la puerta con el mayor cuidado, todavía con miedo de despertarte, entro, cierro y suena en mi mente -Es raro el amor, Ahhhh, Que se te aparece cuando menos piensas-. Pienso en lo mucho que te burlas de mi cuando canto esa canción (Cualquier canción), pero al mismo tiempo en lo mucho que te gusta que la susurre cuando estamos desnudos en cualquier parte. Hago lo posible por cantar, orinar y no ensuciar al tiempo, pero alguien interrumpe mi concentración tocando incansable pero suavemente la puerta. -Ya voy!- digo, -Ábreme- contestan. Paro, me limpio y abro, miras alrededor queriendo que nadie nos mire pero que todos nos envidien y entras. -Siempre has querido hacer el amor en el baño de un bus...- dices, -Era en una avión- reprocho, -No importa- concluyo, mirando tu mirada lujuriosa, sintiendo tus manos deslizarse sobre mi pantalón y este caer mientras te acomodas sobre el lavamanos y tu falda sin nada debajo me atrae y me haces y te hago el amor ahí, en el baño, al ritmo de las curvas del bus pasando por el cañón. -Entrégame tus labios rotos, los quiero besar...- te susurro al oído mientras tus labios me dominan y me dicen que esto es un poco más que amor, mientras tus uñas se pasan por mi espalda y mis manos por tus caprichos, mientras me miras con tus ojos negros con la ternura de la primera vez y me susurras -Los quiero curar, los voy a cuidar con todo mi amor...- y tus ojos se cierran y nuestros mundos juntos se abren entre tus piernas. 

Vuelvo primero a nuestro puesto, quizás para no levantar sospechas, quizás por seguir algún código secreto. Levanto la cobija y caen sobre el suelo tus cacheteros negros, los recojo y pongo sobre tu puesto. Un par de minutos después regresas, te acomodas sobre mí y vuelves a entrelazar tu mano con la mía. -Te amo cielo- me dices mirándome, -Je t'aime mon amour- te digo besándote...