27 agosto, 2010

Roja Lluvia

La tarde está en su más profundo auge de tristeza, llueve en la oscuridad de Bogotá. El viento sopla intentando llevarse mi paraguas entre los cables de la luz que se agitan incansablemente, quizás para dejarme a la suerte del agua que cae, o de pronto solo para lavarme de tu amor.

 Pienso en ti, solo pienso, pienso, pienso y pienso en ti insaciablemente. Tu recuerdo me agita, me moja más que esta tormenta, me golpea y me olvida, solo para unos segundos después volver para platicar, para acariciar tus golpes, para alegrarme con desesperación.

 La tarde va cayendo, oscureciéndose, desapareciendo. La luna sale cubriéndose entre las nubes. La lluvia sigue golpeando mi paraguas y mi camino todavía es difuso para llegar a mi conveniente utopía de hogar. Tu pelo rojo surge en frente, te veo en todas partes desde que ya no estás. Tu pelo rojo está sobre mis ojos cerrados, lo miro tan profundamente como lo hacía en las tardes en que me sentaba junto a ti sin decir palabra alguna. Las tardes en que nunca hablamos, en las que nunca salimos, en las que nunca hubo un nosotros, ni un saludo, ni un adiós. Las tardes en las que nunca nos conocimos charlando, en las que nunca caminamos solos por un parque sin fin, en las que nunca nos besamos bajo las hojas azules de un árbol. Las tarde en las que nunca hicimos el amor bajo la lluvia de verano en la orilla del mar. Las tardes en las que sencillamente miraba tu pelo rojo apasionante lejos y cerca de mí.


Sin embargo esta vez no es mi pensamiento vagabundo, no es una idea flotante, ni una ilusión del amor. Es tu pelo rojo el que esta frente a mí, refulgente por las gotas que caen sobre él, sosegado por tu deseo de querer dejar al mundo humano y vivir la lluvia sobre ti.


Te cubro y me abrazas. Caminas junto a mí mientras tu llanto nos acompaña y me envuelves con más fuerza. Me miras, te limpias las lágrimas que ya se confunden con las olas de gotas que están sobre tu rostro. Me miras como si quisieras entrar más allá de mi alma, te acercas a mi rostro y susurras lo que siempre había querido escuchar. Ahora no me fijo como mi paraguas vuela entre el suspiro del viento. La lluvia arrecia, un avión pasa, la luna brilla entre las nubes y se refleja sobre los charcos del asfalto, mientras tu pelo se enreda entre mis dedos y tus labios me dan más que su sabor a cereza…