16 diciembre, 2015

La Niebla Espesa

Se levanta y va al baño, camina 8 o 9 pasos, cierra la puerta y se queda mirándose fijamente, intentando que aquello que no deja de nublar su mente se vaya; intentando que esa nube espesa que lo invade, que no lo deja vivir, trabajar, respirar… se marche para siempre. Mira su rostro pálido, sus labios secos, su pelo enrarecido, aquellos lentes que nunca le han gustado; se da fuerzas, piensa positivo, se lava las manos y sale de nuevo al mundo, sale de nuevo a enfrentarse con la niebla espesa que lo cubre, que no lo deja ni un segundo.

Ya lleva poco más de tres semanas con ella, a veces piensa que ya hacen parte el uno del otro, la consiente, la acaricia, la quiere; sin embargo, y en su mayoría, la odia, le produce un vacío en el estomago (no ese baile de mariposas que sintió por largos años), un vacío que le absorbe las ganas de vivir, las ganas de ser feliz, hasta las ganas de llorar. Quiere llorar, pero ninguna lagrima sale de él, oculta el dolor muy bien, nadie ve su niebla, nadie nota su respiración agitada ni sus ganas de salir corriendo. Pero, ¿correr a dónde? No lo sabe, a todo lado lo persigue la espesa niebla, a todo lado lo persigue el vacío, a todo lado lo persigue el dolor. Solo quiere dejarlo atrás y los pequeños momentos de olvido vienen seguidos de pensar en que por un momento se olvidó el dolor espeso. No hay momento que lo alivie por mucho, no hay lugar que no traiga recuerdos, no hay canción que lo anime, no hay baile que no le recuerde la niebla espesa que lo cubre, que le quita el aliento y lo hace caer en ese espiral destructivo e infernal.

Piensa en situaciones futuras, en los caminos que podría coger, en las decisiones que siempre chocan, que siempre son distintas entre su cerebro racional y su cerebro emocional. Sabe que una solución lo aliviará rápidamente, pero sospecha que esa decisión tarde o temprano traerá de nuevo a la nube espesa; la detesta, sabe que ese camino la volvería más grande, más compacta, más asfixiante. Con el otro camino no le queda más que vivir como está, sabe que no será para siempre, “no hay mal que dure cien año…” piensa, pero no quiere vivir cien años con ese mal. ¿Suicidarse? No, es solo un pensamiento que llega y se va de inmediato, ama mucho vivir, así sea con esa nube maldita. Pero, ¿cómo deshacerse de esto que lo atormenta, que no lo ha dejado vivir, que le impide su existencia? simplemente no lo sabe, no sabe a dónde apartarse, no sabe cómo hacer que desaparezca.


Todos sus propósitos cambiaron, toda su vida cambió, todas sus metas ahora son diferentes, tiene toda la libertad para decidir lo que quiere hacer, pero no la quiere, no quiere la levedad, quiere el peso que lo amarra al suelo, el peso que lo amarraba a la vida que estaba viviendo, quiere vivir los sueños que se le escaparon, quiere seguir luchando como lo hacía, pero sabe que ya no le conviene, que el mejor camino es seguir queriendo a su niebla maldita, espesa, asfixiadora. Que en algún momento habrá de desaparecer, ya antes le había pasado y había logrado que esta se fuera y aunque la que le cubre ahora es diferente, es mucho más grande, más espesa, sabe que no le queda otra que acostumbrarse a ella, porque en el momento que menos lo espera llegará alguien que lo aparte de dicha nube y lo dejará ver un nuevo cielo azul.