12 enero, 2013

El Día Que El Mundo Se Cayó

Sentía como si no la hubiera vista hace años, tenía ansiedad de tenerla y su mente solo jugaba con ese pensamiento mientras llegaba a recogerla. Pasaban las 9:30 pm y las calles frías bogotanas todavía se pintaban del su afán contagioso, de las ganas de llegar a casa a buscar algo de calor.

El bus se movía lento buscando algún pasajero que llenara la soledad que solo era interrumpida por su presencia. La luz del techo titilaba dejando entrever de vez en vez las firmas que amantes callejeros habían dejado en la cabecera del puesto delantero. Él miró, sin prestar mucho atención, como una pareja se subía, pagaba, y entre la alegría de la complicidad se sentaba atrás.

Tras un par de cuadras había llegado al lugar indicado. Se paró y camino hacia la puerta, luego de golpear en la ventana del conductor (Al no encontrar el timbre) se bajó. Caminó hacia la estación recostandose en la puerta de la entrada para que ella lo pudiera ver, y esperó imaginándola.

Era lo mejor que hacía últimamente, imaginarla. La imaginaba junto a él, la recordaba y no podía evitar volver a sonreír al recordar su alegría, al perderse en el mundo imaginario de sus ojos, en la suavidad de su piel, en los laberintos que inventaba con su cabello oscuro y liso, interminable. La recordaba temiendo olvidar algún detalle. Que en su observación hubiera pasado por alto, algún lunar, alguna constelación, alguna manchita, alguna línea.

Temía haber olvidado algo por haber pasado tanto tiempo imaginando su sonrisa, esa que lo hipnotizaba, que en los últimos días que se vieron era tan frecuente, esa que ella llamaba -sonrisa de idiota- pero que a él le parecía la más hermosa que había visto. Quizás eran sus ojos brillantes, esos que decían las mil palabras que ella nunca le decía, lo que más le gustaba a él de su sonrisa, o era, quizás, ver la máxima expresión de sus labios colorados que últimamente deseaba tanto morder. Había reconstruido tantas veces su sonrisa en los últimos días que cada vez le encontraba otra parte favorita, otra razón para querer siempre verla dibujada en su rostro.
Imaginaba qué le iba a decir, de qué iban a hablar esa noche. Quizás de nada, de pronto sobre ellos, sobre los problemas de ella (No, no quería verla triste). Quería tanto hablar de cosas sin sentido, inventarle alguna historia que la hiciera sonreír (Se quedó 30 segundos pensando de nuevo en su sonrisa, reaccionó arqueando las cejas y moviendo la cabeza hacia los lados). Tenía tantas cosas para decirle, esos días habían servido para aclarar su mente, para tener sus ideas organizadas. Vibró el celular.

Ya estaba cerca, él le indicó dónde la estaba esperando y de pronto su corazón empezó a latir más rápido. Sintió como si fuera la primera vez que se encontraran, ¿La vería diferente después de lo que hicieron la última vez que se vieron? Definitivamente sí, tenía esa sensación de que todo estaba más consolidado.

Ansiaba más que nunca besarla, susurrar con los labios en su piel, sentirla suya, llenarse de nuevo de la calma que sentía cuando la tenía entre sus brazos, verla de nuevo durmiendo tranquila a su lado y aunque las ganas de besarla lo invadieran preferir dejarla intacta, observando sus constelaciones, ¿Por qué no llegaba?

Un par de borrachos pasaron frente a él, llevaban ruana y sombrero (recordó sus raíces), pretendían entrar a la estación sin tarjeta, luego de luchar unos cuantos segundos con las barras de seguridad alguien les sugirió comprar una.
Los veía haciendo la fila de la taquilla cuando miró de nuevo a la entrada y ahí venía ella, se miraron y ella sonrió (¿Se cayó el mundo?), no era como la recordaba, ¿Por qué la veía tan hermosa? Una línea se dibujó en sus labios respondiendo a la sonrisa que ella le daba.
La miró acercarse, sus pasos alegres, el balanceo de sus caderas. Llevaba jeans, camisa clara con saco oscuro y un trapito rojo con algún estampado cubriendo su cuello. Miró las constelaciones que sus lunares dibujaban en su rostro, la blancura y suavidad de su piel, la miró directo a sus ojos oscuros y los mundos dejaron de ser imaginarios. Su corazón galopaba cuando ella, acercándose a él y sin decir una palabra, lo miró y se perdió en un abrazo. La volvía a sentir y nada de lo que recordaba era cierto, ¿Cómo podía llegar a imaginar algo así? La abrazó también (Era cierto, el mundo se había caído), y sintió como si ese hubiera sido el inicio de todo.