21 febrero, 2016

Primer Capítulo

Él era poco elocuente, las palabras se resguardaban en lo más recóndito de su mente cuando más las requería, de ahí que se considerara con una menguada capacidad para relatar sus historias. A consecuencia de esto se había acostumbrado a escribirlas, a contárselas al papel y últimamente al teclado de su computadora. Eso lo embriagaba; lo calmaba, lo deleitaba, le desataba la mente, le dejaba expresar lo que su mala elocuencia no le permitía y aunque no le gustaba ser el centro de la atención, si le gustaba ser el centro de las lecturas. Quería ser un gran escritor, con objeto de entretener a la gente como él lo hacía devorando las narraciones de otros.
O eso decía de labios para afuera. ¿Por qué se decía mentiras? Él no quería entretener a "la gente", quería cautivarla a ella. En otras palabras, quería que sus pupilas se dilataran al leerlo, quería desconcertarla, consolarla, alegrarla, recrearla y, sobre todo, enamorarla sin que ella lo supiera. Conquistarla hasta que ella no tuviera un pensamiento en el que él no estuviera.
Por el contrario, él era quien no podía evitar tenerla en todos sus pensamientos; en ocasiones se concentraba en pormenorizar y reproducir el suave tono de su voz, sus palabras siempre dulces y elegantes; en otras ocasiones se centraba en sus movimientos suaves, sus caricias refinadas, su elocuencia y sus siempre interesantes charlas. Era la persona más extraordinaria que había conocido.
Había pensado tanto en ella que ya estaba haciendo presencia estelar en sus sueños. Esto lo tomó  por sorpresa, ya que él rara vez recordaba sus sueños y cuando lo hacía eran construcciones completamente abstractas, sin sentido de realidad, sin sentido de su realidad. No soñaba con lo que le pasaba en su cotidianidad; por lo que creía que sus sueños eran el espacio en el que su mente por fin se soltaba y no tenía la limitación de su expresión oral.
No solo había soñado una vez que se besaban, este sueño se repitió con otras realidades la noche siguiente. Sintió que algo en su profundidad había cambiado, ya que, como les mencionaba, nunca le había pasado eso.
Había sido muy real lo que había sentido, sobre todo los pensamientos que asediaron su mente cuando sus labios se mezclaban: "¿Será esto real? ¡Debe ser real! Uno no piensa estas cosas mientras sueña". Recordaba esos sueños y le parecía sentir de nuevo esos labios cálidos, suaves, genuinos.
Había visto tanto sus labios, detallándolos poco a poco, encuentro a encuentro, para que ella no se enterara de su intensión de mapear esos, sus labios rojos pálidos. Quizás por eso los sintió tan reales, tan propios cuando ella lo agarró de sorpresa en su sueño.
Todo fue mucho más palpable y real en el segundo. Sin mucha historia, sin mucho enredo, casi que directo al beso; no muy corto ni muy largo. Sin continuación. Parecía que sus sueños se habían dejado tentar por su oratoria; directo al punto, sin revuelos.
Por esto no pudo sentir mayor desilusión que al despertarse y verse rodeado de los escasos rayos de luz que interrumpían la oscuridad de su habitación. Sintió la amargura de su lejanía, el martirio de no sentirla suya todavía, el sinsabor de no conocer el verdadero sabor de sus besos, el agobio del sentimiento secreto.
Desde ese momento decidió que debía intentarlo, que debía escribir su historia con ella, que lo que ocurriese valdría la pena y, ojalá, valdría la felicidad. Quería que su sueño fuera su realidad, pero que no fuera uno de sus relatos verbales, sino una de sus historias escritas, esas llenas de conectores y adjetivos, de amores en sus estribillos, de eventos inesperados. Una de sus historias sin finales, sin tormentos ni sufrimientos.
Sin embargo, el destino, como en todo buen relato, le tenía planeada una desabrida primera sorpresa para el final del primer capítulo de su historia…