La vida nos da todos los días incontables oportunidades; cada día tomamos
decisiones que nos hacen seguir transitando por el camino que llevamos o
cambiarlo en poca o gran dimensión. En la mayoría de ocasiones decidimos
continuar nuestra travesía, el recorrido “seguro”, a veces siguiendo un plan
meticuloso, otras veces simplemente dejándonos llevar por esta corriente
cósmica que es la vida; desconocemos conscientemente las opciones que le darían
un giro a nuestro destino, decisiones atrevidas que nos llevarían a abandonarlo
todo y tomar otro recorrido; decisiones que nos llevarían a buscar la felicidad
de otra manera. Es evidente que estas implican un riesgo, salirnos de nuestra
zona de confort, enfrentar lo desconocido, lo inseguro y acaso enfrentarnos a
nuestra familia, amigos o a lo que la sociedad espera de nosotros. Ahora bien,
hay algunas decisiones que parecen fútiles, decisiones del día a día que
ocultan su verdadero poder de cambio en nuestras vidas, eso nos demuestra que
no siempre se puede seguir un plan meticuloso, la vida rebelde nos lleva por el
camino que cree mejor para nosotros, aunque muchas veces nosotros no pensemos
igual.
Su decisión había sido conquistarla, quería ver sus caminos unidos, crear
una sola travesía por la vida con la que era, literalmente, la mujer de sus
sueños. Ella no paraba de serlo, estaba metida en todos los estratos de su
subconsciente y su consciente, no podía dejar de soñarla ni de pensarla, y
tampoco quería dejar de hacerlo. Su decisión lo tenía fuera de su zona de
confort, no sabía cómo acercase más a ella, no se le ocurría una excusa para
inundarse de nuevo en su olor floral, suave y al mismo tiempo penetrante. Quería
abandonarse de nuevo en sus cortas pero profundas pláticas, corromperse por su
risita de labios rojizos y sonrojarse con los toques delicados que ella siempre
le daba a sus mejillas antes de despedirse. En efecto se había enloquecido, él
siempre tan serio, tan centrado en su camino, tan meticuloso en el control de
su destino; de cualquier modo, agradecía estar demente, ya que nunca una
ilusión lo había echo tan feliz. La vida desobediente se había salido con la
suya.
Por lo que se refiere a ella, ese día también había sido de cambios. Ella
controlaba sus sueños y sus pensamientos, su reciente soledad le sentaba bien y
le había dado el impulso que necesitaba para cambiar su vida y buscar otro
nivel en su profesión. Amaba a su familia, era hija única y vivía con su mamá desde
la separación de sus padres. A pesar de ello veía a su papá semanalmente y en
ocasiones, aunque no podría admitirlo delante de su madre, prefería la compañía
de él, la cual era más relajada y alegre. Hace unos meses, por insistencia de su
padre, había decidido postularse a un puesto en la Organisation for Economic Co-operation
and Development (OECD), con sede en la siempre bella París. Era su trabajo
soñado, sin embargo, siempre lo había dejado a un lado puesto que no quería
alejarse de su familia. Se había postulado esperando nada, lo hizo por evitar
la insistencia de su padre, como lo hace semanalmente con cada idea lunática
que a él se le pasa por la cabeza. Ese día su padre había llegado con un
expresión que ella no pudo describir.
Él salió anticipadamente de la clínica, quería estar en su casa, quizás ir
un rato al gimnasio, luego estudiar y acostarse temprano, costumbre que había
adquirido hacia unos cuantos meses. Empezó su caminata bajo un cielo gris y un
frío que lo sintió energizante. Sintió como un fuerte viento acarició
violentamente su rostro, para, acto seguido, observar como las gotas gruesas,
desprendidas de esa nube gris, mojaban cada centímetro de sus prendas, gotas
que serían su única compañía en la totalidad de su camino a casa. En cierto
modo sintió que necesitaba que esa lluvia lo envolviera, por eso no corrió, no
se cubrió, ni buscó un refugio. Sintió que él era ese momento, que nada más lo
rodeaba, que nada más existía; durante esos cuarenta minutos se sintió vivo, se
sintió libre, se sintió él, quizás por primera vez en su existencia comprendió
que todo era posible, que debía aprovechar cada instante de sus días, así que
al llegar a casa, y luego de cambiarse y darse un baño caliente para palear el
entumecimiento de sus dedos, decidió llamarla.
–Hola Gael, que bueno que llamas, estaba pensando en ti- dijo ella, él no
necesitó nada más para calentar las pocas partes que seguían contagiadas de la
tormenta externa. -Hola Luci ¡Me sorprendes! ¿Qué pensabas?- logró responderle
luego de un silencio que se tornaba incomodo. Ella le contó que su papá acababa
de contarle una buena noticia, él la escuchó con atención. Como ya ella lo
esperaba, habían rechazado su solicitud para trabajar en la OECD, Gael sintió
un calor tranquilizante, ahora bien, pensó, esa no era una buena noticia, algo
más faltaba; la instó a continuar hablando aunque un presentimiento se clavó en
su corazón, sabía que no sería buena noticia para él. –Trasladaron a mi papá a
Boston, me voy a vivir con él-, Gael no pudo evitar que su celular cayera,
mientras su expresión facial se oscurecía más de lo que estaba el cielo
bogotano.
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